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Dicen que Bogeyman es un monstruo que acecha a los niños asustándolos,

Pero y si fuera un oscuro secreto que nos aterra llevarlo a la luz tomando la forma de un espectro que pugna por salir de la oscuridad.

Cuentos para ir hacia la vida

Bogeyman

En un rincón de tu casa ha aparecido el niño que venció a Bogeyman. Las nubes se cierran mostrando oscuras intenciones. Las ramas esqueléticas de los árboles se agitan amenazantes ante tu ventana. Y la oscuridad se cuela en los rincones de tu casa susurrando secretos en el silencio.

El niño se aposenta en tu sillón y como es costumbre te cuenta su historia:

“Yo vivo en la casa de mis ancestros, hay que remontarse a 5 generaciones para encontrar a los que clavaron el primer clavo en nuestra vivienda.

Todas las familias ocultamos secretos en la oscuridad y cuánto más tiempo pasa, más crece esa oscuridad. Pues los secretos luchan por liberarse y la oscuridad los guarda.

Mis padres tienen la vista domada y solo ven lo que creen, lo demás no pertenece al reino de la conciencia y solo puede transitar en los caminos del bosque oscuro del inconsciente, solo puede atravesar el puente que lleva a las pesadillas. Pero yo siendo todavía un niño poseo la vista libre de quién no juzga lo que ve, fantasía y realidad bailan en una danza peligrosa donde la verdad se desorienta y los secretos hacen rechinar los grilletes tras el manto de la oscuridad.

Bogeyman se me apareció una noche especialmente silenciosa, sus ojos destilaban cólera y malas intenciones y eran tan afilados que se clavaron en mi corazón, tumbando mi alma de un solo golpe… Todo lo que yo había sido desapareció bajo un montón de huesos temblando de miedo… y él… sonreía… no paraba de sonreír mientras hundía su mirada en mi alma.

Contárselo a mis padres fue un intento más en el saco de los fracasos. También busqué exorcizar la casa, incienso, rituales, pegarle un tiro… Incluso intenté dialogar con el mismo demonio con la idea de hacerme su amigo… Creedme cuando alguien te tiene cogido por el alma, ya no te soltará, serás suyo hasta que él decida lo contrario.

Pasaron los días, después los meses y yo vivía con ese miedo, con esos temblores que sacudían lo más interno de mi ser. Mi vida se convirtió en un túnel oscuro sin salida, sin posibilidad de elección, de cambio, sólo podía seguir caminando temiendo por cada paso que daba a ciegas.

Dejé a mis amigos a un lado, es curioso pero las almas sabemos lo que nos pasa y cuando alguien pierde el alma se siente desnudo ante los demás. Regresar a casa era sentir miedo, Bogeyman tenía una creatividad espeluznante y se tomaba todo el día para planear la sorpresa a mi regreso. Pero había una cosa que siempre era igual, mis rodillas clavadas en el suelo junto al primer clavo que plantaron mis ancestros en esa casa.

Busqué en todo mi ser y no hallé ninguna señal de que allí pudiera alguien ayudarme, ni ninguna luz que iluminara mi habitación por la noche, ni ninguna manta que me protegiera del frío por la noche, ni alguien que creyera en Bogeyman.

Al sentirme incapaz de hacer gran cosa, opté por hacer algo insignificante. Tomé un lápiz, uno que había encontrado tirado en un rincón de mi casa, siempre había imaginado que mis abuelos o quizás mis bisabuelos, o quién sabe podrían haber sido mis tatarabuelos, lo habían utilizado para dibujar esa casa sobre el papel, antes de que todo empezara, antes del primer clavo… Con él dibujé una muesca justo en la entrada de mi habitación y como estaba de rodillas solo podía ser en el suelo.

Y con cada encuentro con el demonio, cuando mis rodillas se hundían en el lodo de la impotencia sacaba mi lápiz y dibujaba otra muesca al lado de la última. Él reía y sus carcajadas helaban mi corazón hasta conseguir quebrar mis pensamientos.

En el colegio tumbado sobre mí mismo, en el patio, en un rincón solitario donde la vida pasaba de largo, recobraba fuerzas para mi regreso, mientras paseaba ese viejo lápiz entre mis dedos. A veces pensaba que no valía la pena seguir usándolo, seguir dibujando muescas en la entrada de mi habitación, pero en el vacío de mi conciencia no encontré ninguna voz que me disintiera. Quizás mi alma me había abandonado y mi conciencia se había convertido en un césped artificial que cubría la hierba muerta.

Seguí dibujando una muesca al lado de otra y pasaron los días y luego los meses y los años hasta que un día no había más espacio para ninguna muesca más. La entrada de mi habitación estaba flanqueada por miles de muescas. Cuál fue mi sorpresa cuando vi que el demonio no podía entrar en mi habitación esa mañana, no podía flanquear las muescas. Al igual que los clavos de mi morada martilleados por mis ancestros, cada una de esas muescas había sido dibujada por mí y detrás de cada pincelada un trozo de mi alma perdida depositaba. Así con cada pequeño gesto, con cada pequeño acto, con cada pequeño latido, con un lápiz pequeño empecé sin saberlo a recuperar mi alma. Y él ya no podía entrar en mi habitación, seguía pululando por el resto del caserío, su oscuridad navegaba en las discusiones de mis padres, sus secretos acechaban furtivamente detrás de cada cortina y sus ojos me buscaban.

Esa mañana bajé las escaleras y me dirigí a la entrada que llevaba al sótano… Él apareció colérico y me tomó con sus zarpas y me estrujó hasta que pude sentir mis lamentos entrechocar en las paredes de mi corazón. Caí de rodillas junto a otro de los clavos de mis ancestros y saqué un lápiz, este era nuevo. Dibujé una muesca, y luego otra, y después otra más, y otra. Y esta vez no escuché como se reía el demonio, sólo pude escuchar un latido y después otro a continuación, y otro más. Y así estuve durante un rato escuchando mi corazón martillear una casa para mi alma.

Bogeyman quedó atrapado en el sótano de mi casa, cerré la puerta y lancé mi lápiz en un rincón de mi casa. Quién sabe quizás algún día alguien lo vuelva a necesitar, pues todas las familias ocultamos secretos en la oscuridad y cuánto más tiempo pasa, más crece esa oscuridad.

Ya que los secretos luchan por liberarse y la oscuridad los guarda.”

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