Escribir sobre mi sumisión por curioso que parezca, despierta en mí muchas resistencias. Como si fuera un secreto que no se puede desvelar, como si se tratara de una traición a mi sistema familiar, a mi mismo.
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En la educación hay sumisión, aunque estos nuevos tiempos minimizan su impacto. Nuestro mundo interno sufre la invasión de voluntades ajenas a la nuestra y prevalecen por encima.
Creencias sobre como nos ven, como deberíamos ser (a veces deberíamos ser malos para parecernos a lo que necesitan ver), todas las escriben en nuestro cielo y cada mañana, antes de levantarnos, las estudiamos.
Empieza con los padres, le siguen el resto del sistema familiar, que ocupan una jerarquía por encima de la nuestra y sigue con el entorno más inmediato: como la escuela.
Más adelante los grupos y las organizaciones también formaran parte de los saqueadores del mundo interior, condicionándonos unas pautas a seguir y las escribirán también en nuestro cielo.
Nuestro ejército de las lágrimas teme al dragón de la no-pertenencia. El miedo a la exclusión viene con el instinto de supervivencia del bebé. Haremos lo que sea necesario para pertenecer. Así nuestro ejército de las lágrimas flaquea y se somete a la voluntad del dragón.
Tanto es este sentimiento de pertenencia, que somos capaces de matar para defender nuestra pertenencia, a personas de otros grupos u organizaciones y sentirnos inocentes. Las guerras lo demuestran. Las religiones como catalizador, para la condena de los no pertenecientes son ejemplos de lo poderoso, que es el sentimiento de pertenencia en nosotros.
Imaginaos cuando estas voluntades ajenas son tan fuertes y demoledoras, que arrasan con todo nuestro mundo interno. No conformándose con pintar nuestro cielo, sino que eliminan a todo el ejército de las lágrimas, quedándonos expuestos de por vida a las voluntades de los demás.
Así crecemos obligados a deambular por el desierto de la no-existencia, sedientos de nosotros mismos, persiguiendo espejismos de quienes somos en los ojos de los demás.
Y todo esto puede suceder en el silencio más absoluto. Los niños pueden visitar nuestro mundo interno y tomar lo que allí encuentran como la mejor forma de ser. Los adultos somos sus modelos, para poder afrontar la vida, nos toman como formulas posibles de éxito. Y si no encuentran al ejército de las lágrimas en nosotros, aniquilaran el suyo sin pensarlo dos veces.
Puede que nuestro sistema familiar nos pida que incendiemos nuestro mundo interno, porque tenemos que representar, lo que le hicieron en el pasado a uno de los nuestros. Prendemos la cerilla y aceptamos la condena, a cambio perteneceremos y aunque no viviremos, sí sobreviviremos.
¿Y ahora?
Mira en tu mundo interno y busca en el cielo lo que hay escrito, si encuentras cosas como “no se puede…” o “¿Y si…? Entonces alguien te invadió cuando eras pequeña/o. El primer paso es aceptar que eso pasó. Luego busca al ejército de las lágrimas y cuando lo encuentres les dices: que todo el mundo tiene derecho a pertenecer. Es nuestro derecho de nacimiento, nuestro derecho de existir.
Si el ejército lo hubieran aniquilado, es fácil, seremos ese tipo de personas que no lloran o les cuesta tolerar “sentir”.
Llora
Y el ejército resurgirá con sus apuestos caballos y lanzas plateadas. Cabalgarán de nuevo por tu cielo borrando cualquier rastro del dragón de la no-pertenencia. Y cuando todo eso suceda, tu mundo exterior cambiará poco a poco.
Algunas personas partirán en busca de otros a quién puedan pintar el cielo; otras cambiaran su modo de ser contigo. Y aunque sigas siendo sumisa/o, poco a poco lo que no tiene cabida en ti, desaparecerá…
Ahora pintas tu cielo con tus colores y los pueblos de todos los seres humanos crecen en ti tomando tu mundo como el suyo. Todos y cada uno de los seres de este planeta vivirán en ti. Con esa fuerza irás hacia la vida y jamás sentirás la soledad como la habías sentido en el pasado.
Y cada mañana cuando nos levantemos, miraremos nuestro cielo y leeremos:
Yo soy
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